yogiyamada
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La felicidad de las lombrices
A Anniegio que lo leerá con el temblor incógnito de su acuario
Un sueño cóncavo vomitó una lombriz terrícola,
después soñó que era feliz como una musa destartalada
que jugaba con muñecas tuertas en abril.
El Olimpo cerró sus ojos y los dioses griegos murmuraron
conejos con forma de lombrices felices.
Las pequeñas anélidas deseaban soñar la luna, pero los dioses
las desterraron hacia el centro de la tierra.
Allí sobrevivieron épocas de hojarascas que inmaculaban
su destino cuando la sombra ingente reposaba en un viejo árbol.
Las lombrices se aferraron a la tierra y buscaron de nuevo
su felicidad hipnótica aferrada a un fuego fatuo.
Las anélidas trataron de devorar el lenguaje, la cultura,
el pensamiento y todo el vórtice de una tierra indómita.
Gigantes abrazaron su pasado de lombrices felices feroces
fecundas fervientes fehacientes y féminas inmortales.
Ellas todas asesinaron la gloriosa presencia de Él.
Los dioses no supieron acogerlas , y, en cambio, las
mutilaron como cigarras sin voz.
Las lombrices se volvieron incrédulas de su propia felicidad
y también de su tenue melancolía cuál novia silenciosa.
Su infelicidad llegó a oídos de los hombres eternos quienes
decidieron cantar un poema como alarido de fantasma.
El tiempo dio a la lombriz la razón de su felicidad y
a pesar de su arco iris nunca supieron que volverían
a ser felices lombrices por ende sin amor y sin destino.
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