yogiyamada
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A nuestra mode, por su cumpleaños tan anhelado, tan divino
A la deriva encrucijada del fantasma de la libertad y
el sueño profundo converge en la pampa del cine
encallado en la cuadra del oxímoron borgiano.
Ella miraba los senderos del bosque y las calles caían como
suelas sin asfalto que crujen en la hojarasca de otras
pisadas, suena un bandoneón, con un trip en el bocho
de la porteña que deambulaba entre pequeños ríos de antaño.
A la deriva de un tango que rebolea el oleaje de un paisaje
disonante, buscando un mapa del amor.
¿A dónde fuiste a parar nena? Las otras callecitas se inundaron
de poemas cantadas de tranvías y un loco en una calesita gritaba
el siglo de los niños perdidos, el arrabal flotaba en la noche
donde Gricel buscaba el amor de los marineros.
Aquella canción dejó de sonar cuando la aguja del vinilo rompió
esas pequeñas cosas de la vida que atrapadas en la Milonga no
fue posible olvidar.
A la deriva de un eterno suspiro, el año se rompe en cristales
de vientres aleatorios, de números lingüísticos que decían
una y otra vez que había que dejar hablar al viento.
A la deriva encrucijada del fantasma de la libertad y
el sueño profundo converge en la pampa del cine
encallado en la cuadra del oxímoron borgiano.
Ella miraba los senderos del bosque y las calles caían como
suelas sin asfalto que crujen en la hojarasca de otras
pisadas, suena un bandoneón, con un trip en el bocho
de la porteña que deambulaba entre pequeños ríos de antaño.
A la deriva de un tango que rebolea el oleaje de un paisaje
disonante, buscando un mapa del amor.
¿A dónde fuiste a parar nena? Las otras callecitas se inundaron
de poemas cantadas de tranvías y un loco en una calesita gritaba
el siglo de los niños perdidos, el arrabal flotaba en la noche
donde Gricel buscaba el amor de los marineros.
Aquella canción dejó de sonar cuando la aguja del vinilo rompió
esas pequeñas cosas de la vida que atrapadas en la Milonga no
fue posible olvidar.
A la deriva de un eterno suspiro, el año se rompe en cristales
de vientres aleatorios, de números lingüísticos que decían
una y otra vez que había que dejar hablar al viento.
