El Sabor que Apuesta por la Memoria

JamiPozcord

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Hola amigos querĂ­a compartir con ustedes algo de sabor y recuerdosđź«‚

Hay sabores que te agarran desprevenido. Como una cucharada de arroz con leche que sabe igualito al que hacía tu abuela, o una pizza callejera con ese queso derretido que no es gourmet, pero te llena el alma. Hoy en día comemos rápido, entre el trabajo, el tráfico y las notificaciones del teléfono. Pero aún así, el gusto sigue siendo un lenguaje universal, una pausa que nos conecta con lo que fuimos y lo que queremos ser.

La comida ya no es solo comida. Es tendencia, es cultura, es expresión. Hay platos que parecen sacados de una galería de arte, y otros que son un desorden delicioso en un plato de cartón. Desde un ceviche servido en copa de cristal hasta una frita con pan recién tostado en la esquina de la casa, el gusto se ha vuelto un juego sin reglas estrictas. Lo importante es que sepa, que te diga algo, que te haga cerrar los ojos y decir: "¡Uff, esto está bueno!".

Hoy los sabores mezclan mundos. Un toque de soya en una ensalada criolla, un pedacito de lechuga en una hamburguesa, un poco de curry en un arroz con pollo. Todo es válido si despierta algo. Porque más allá de llenar el estómago, queremos que la comida nos haga sentir. Que nos abrace un poco. Que nos transporte.

Y es que a veces, el gusto de una comida no está solo en la lengua, sino en la memoria. Es esa arepa que te recuerda un viaje. Esa sopa que te devuelve a casa aunque estés en otro país. Comer es más que nutrirse: es revivir, reencontrarse, revivir historias. Es una forma de decir: "aquí estoy, y esto me hace bien".

Hoy, entre las recetas que se vuelven virales y los platos tradicionales que resisten el paso del tiempo, el gusto navega entre lo que se reinventa y lo que se queda firme. Y eso está bien. Porque hay lugar para todo: para la cocina casera y para el sushi de supermercado, para el cafecito colado en casa y el latte decorado con arte espumoso.

Así que no importa si es un postre de diseño o una empanada de la bodega. Si tiene historia, si tiene sazón, si tiene ese no sé qué que te hace sonreír, entonces el gusto de hoy sigue teniendo el mismo poder de siempre: hacernos humanos, uno bocado a la vez.

Y ojalá nunca perdamos eso. Que en medio de la prisa, del ruido, del algoritmo, sigamos encontrando en la comida una forma de detener el tiempo. Porque al final, saborear es una de las formas más simples —y más profundas— de vivir.
 
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