yogiyamada
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Thriller psicológico francés que va teniendo una pequeña progresión hitchcockniana, pero que termina en una alegoría sobre el infierno más cercano a Sartre que a Dante. Con una excelente Emmanuelle Béart y un acertado François Cluzet en los papeles protagónicos el film de Chabrol incursiona en los celos, recordándonos al "Otelo" de Shakespeare , pero también a "El" de Buñuel. Como dato interesante, Chabrol compra en 1992 a la viuda de Clouzot, el guión que éste había escrito para la película “L'enfer”, que comenzó a rodar en 1964, pero que tuvo que interrumpir a causa de la enfermedad del actor principal y luego de sufrir un ataque cardiaco, razón por la cual Clouzot nunca pudo terminar dicho film (hay un documental "L'enfer d'Henri-Georges Clouzot" sobre la película inacabada de Henri-Georges Clouzot).
En L'enfer aunque no lo parezca el tiempo es un tema fundamental porque permitirá adentrarse en las fauces pesadillescas de un infierno ánomalo y existencialista. La música de la hija de Chabrol, Matthieu agrega cortes de intenso dramatismo y de creciente intriga, integrándose con algunos fragmentos de Dvorak. Girando entre inocencia y seducción, Nelly (Béart) desempeña el papel principal en el delirio temporal de Paul (Cluzet) es como si, a través de sus movimientos bruscos e infantiles, avanzara a un ritmo acelerado, en oposición al sufrimiento ralentizado de su marido. Chabrol juega con la ambivalencia de la historia para no ceder al fetichismo de la mirada enfermiza del psicótico. La Alegoría final nos lleva a un bucle retorcido en el hilo del tiempo, dentro y fuera del espejo.
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En L'enfer aunque no lo parezca el tiempo es un tema fundamental porque permitirá adentrarse en las fauces pesadillescas de un infierno ánomalo y existencialista. La música de la hija de Chabrol, Matthieu agrega cortes de intenso dramatismo y de creciente intriga, integrándose con algunos fragmentos de Dvorak. Girando entre inocencia y seducción, Nelly (Béart) desempeña el papel principal en el delirio temporal de Paul (Cluzet) es como si, a través de sus movimientos bruscos e infantiles, avanzara a un ritmo acelerado, en oposición al sufrimiento ralentizado de su marido. Chabrol juega con la ambivalencia de la historia para no ceder al fetichismo de la mirada enfermiza del psicótico. La Alegoría final nos lleva a un bucle retorcido en el hilo del tiempo, dentro y fuera del espejo.
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