Cuando el cuerpo recuerda lo que el alma ya superó.

JamiPozcord

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Hay algo curioso que no siempre se dice en voz alta: puedes haber superado a alguien, incluso haber rehecho tu vida, pero cuando te lo cruzas, el cuerpo reacciona. No es amor, no es nostalgia, no es que quieras volver. Es otra cosa. Es el cuerpo hablando su propio idioma, el idioma de los recuerdos que dejó el amor.

Me pasó hace poco. Iba caminando sin prisa, pensando en cualquier cosa menos en el pasado, cuando de repente lo vi. Ahí estaba, como si el tiempo no hubiese pasado... pero sí había pasado. Ya no sentía lo mismo, lo sabía. Sin embargo, algo se activó: las manos sudaron, la voz se escondió, y el corazón —ese traicionero— golpeó más fuerte de lo normal.

Y no, no es que todavía lo ame. Es que alguna vez lo hice. Y el cuerpo tiene memoria. Una especie de reflejo condicionado emocional. Como cuando hueles algo y te transporta a un lugar de la infancia, aunque ya no vivas allí ni seas la misma persona. Pues eso pasa con el amor también.

Hay reacciones que no se razonan. El cuerpo no pide permiso para temblar, para mirar sin querer, para soltar una risa nerviosa o para quedarse paralizado por unos segundos. Son como pequeñas descargas de energía acumulada en el tiempo que estuvo el amor vivo. Y aunque ya no esté, aunque haya cicatrices bien cerradas, algo adentro se mueve.

Esto no significa que uno no haya sanado. Al contrario. Sanar también es aceptar que el cuerpo, a veces, tiene sus propias despedidas. Que no siempre coinciden con las que hizo la mente o el corazón. Que un recuerdo puede sacudir sin herir, y que un temblor no necesariamente es señal de debilidad, sino de humanidad.

La vida cotidiana está llena de estos encuentros inesperados. Nos cruzamos con pasados camuflados de presente, y en un instante, todo el trabajo emocional parece tambalearse. Pero no se desmorona. Porque ya no somos quienes fuimos cuando amamos. Y eso es lo más valioso: poder mirar a quien un día nos movió el mundo, y entender que lo que tiembla ahora... no es el alma. Es sólo el eco.

Y ese eco, aunque suene fuerte, no nos lleva de vuelta. Solo nos recuerda que alguna vez sentimos algo tan grande, que hasta el cuerpo aún lo recuerda.
 
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